sábado, 6 de marzo de 2010

Corazón de arena

La playa estaba vacía . La brisa del mar se había convertido en un viento despiadado y el mar batía con fuerza sobre la orilla. Dos figuras permanecían sentadas una al lado de la otra mirando el horizonte, se agarraban las rodillas para abrigarse del ímpetu del aire sobre sus cuerpos. No intercambiaban palabras, ni siquiera se miraban. Compartían un silencio cómplice, íntimo y cotidiano, de esos que unen con los años a los que han crecido juntos. Ella de pronto comienza a juguetear con las piedrecillas blancas que se arremolinan frente sus zapatillas de deporte llenas de barro.Las junta hacia un lado haciendo un pequeño montículo y las lanza luego hacia la espuma de la última ola. En un ratito ha dejado un claro de arena limpia y brillante, un polvillo dorado que acaricia con la palma de su mano hasta nivelarlo. Él apenas entorna los ojos para mirarla absorto como está en el ruido agónico de su pecho, siente que desde que la conoció nunca ha dejado de sufrir, cuando no podía ser suya, cuando al final lo fue, siempre había sido un intensa punzada en el esternón, una crónica dolencia que le persiguió por siempre. Ella alarga entonces su brazo, y con un dedo traza una figura sobre la arena, se detiene despacio en el movimiento, con parsimonia , como si celebrara un rito.
-Mira Pablo, un regalo para ti.
Pablo mira el corazón dibujado en la arena y ahí se queda con esa dulce y amarga inestabilidad del sonido amortiguado de su corazón derrumbándose en su caja torácica.

sábado, 13 de febrero de 2010

Anatomía de la locura


Pablo e Irene se conocían desde pequeños. Irene no recuerda ni un solo día de su infancia preñada de gominolas, piruletas, foskitos y tigretones ,con sus tardes enteras jugando a la goma, a la peonza, a las cromos o al escondite en donde no estuviera Pablo.No recuerda un sólo día de su lenta, desamparada y triste adolescencia en donde no estuviera él cogiéndole la mano, acariciando su pelo en la playa,correteando por el paseo con ella sobre su espalda o tirando piedras a las olas en los días ociosos e interminables del verano.No recuerda ni una sola noche de su vida en el que él no fuera su último pensamiento al dormirse y el primero al despertarse.Siempre estuvo él en sus primeros sueños tórridos, así como en los más tiernos y dulces, sin olvidar sus angustiosas pesadillas, feroces y traumáticas cuando soñaba que él desaparecía de golpe tragado por una ola, entonces contaba hasta trece y volvía a dormirse. Pablo existía, existe y existirá por siempre en su vida, en todos y cada uno de los recodos de su mente, de su alma y de su corazón desarmado.
No comprendió hasta años más tarde, después de rememorar una y otra vez los detalles de aquella última tarde de su despedida, el origen del odio, el desamor y la angustia que emanaban de las palabras de Pablo. Ese mismo odio, desamor, y angustia que se impuso en su vida como una fina y pegajosa película que lo recubría todo el resto de los siguiente días que se sucedieron sin él. Intentó olvidarle desesperadamente, arrancándose a jirones de su piel cualquier indicio de sus manos, de su olor, de sus besos. Quemó todas sus fotografías, sus cartas, sus regalos y sus peluches y lo maldijo trece veces, una por cada astro que la acompañó en su huida. Y así huyó de aquel pueblo hacia el amparo del anonimato de la gran ciudad con la esperanza de nunca más regresar. Pero Irene siempre regresaba enfermiza y patológicamente al escollo de la escalera donde se besaron por primera vez, a la esquina de la calle que daba a su casa, a aquella canción que bailaban en la verbena de las fiestas, agarrados tan fuerte que apenas podían respirar. Tenía un parásito en su mente, un gusano que taladraba su cerebro y engullía sus neuronas de una forma insaciable y sádica, taimado ,astuto y correoso hasta el punto en que Irene desfallecía bajo la certeza de que cada día moría un poquito vencida por la locura de su recuerdo. Muchas noches despertaba cubierta en sudor y lágrimas, gritando su nombre, y rezandole a Dios volvía a dormirse pidiéndole que dejara de estar ahí, en todas partes donde ponía los ojos, en todos las esquinas en donde aparecía su figura, en todos los rostros de los desconocidos donde se le aparecía. Quería dejar de sentir el dolor en el centro de su pecho, donde el recuerdo de su cuerpo desnudo la clavaba y la crucificaba cada noche en la oscuridad parapetada tras sus párpados, haciendo agujeros en su cerebro, trépanos que la penetraban viva, y el dolor, ese dolor indescriptible de su nombre...
Pablo , Pablo, Pablo...

domingo, 31 de enero de 2010

La chica que creció al borde del mar(1)


Irene caminaba por el paseo que iba hacia la playa. En el fondo se recortaba el pequeño pueblo de casitas blancas donde había crecido. Una vez pisó la arena comenzó a correr para que el viento se llevara de su cara las lágrimas que habían empezado a deslizarse por su mejilla. Era primavera y aunque no hacía frío, corría una brisa húmeda que subía de las olas que morían a sus pies.
-Aléjate de mí, no me hables , no me saludes, ni siquiera me mires, ólvidate de mí, como si no me hubieras conocido nunca, no existo, me oyes, olvídame- esas habían sido las últimas palabras pronunciadas por Pablo.Las dijo de corrido, sin apenas respirar, con una rabia contenida que le dio miedo porque iba acompañada de una saliva espesa que surgía de las comisuras de sus labios mientras la cara se le enrojecía de ira y una vena hinchada le cruzaba el cuello.
Irene lo miraba desconcertada, paralizada, un sentimiento de terror le agarró el pecho y sintió como le temblaban las piernas, estuvo a punto de ceder al nudo en la garganta que le impedía hablar, y casi que a duras penas contuvo las lágrimas, pero no lloró.Se dio lmedia vuelta y salió caminando, como si nada, calle empedrada abajo con dirección al paseo, sin darse la vuelta y sin apresurar el paso.
Ahora delante del azul del mar y con la brisa en la cara dio rienda suelta a toda su rabia y su tristeza y lloró, y lloró hasta que sintió que se le reventaban los ojos.

Continuará...

domingo, 24 de enero de 2010

El dentista desalmado


Juan era su primer paciente. Desde que salió del sanatorio Saint Germain le costaba ganarse la confianza del barrio.Le dolían las manos de tenerlas atadas a la espalda, es lo que tienen esas malditas camisas de fuerza.Le miró a través de sus gafas de culo de botella.
-Siéntese, don Juan- le dijo riéndose nerviosamente.
-Gracias Doctor, hágame algo en esta muela, estoy que me muero de dolor.
-No se preocupe caballero, eso está hecho.
Se dio la vuelta y se acercó a Juan, llevaba el fórceps en la mano.
-Bueno doctor, me fío de usted, no me haga daño eh?
-No hombre no, tranquilo, túmbese y relájese.
-Pero Doctor, primero no me pone anestesia?
-¿Anestesia?, que va, ya eso no se usa, tiene muchos riesgos, será solo un momento.
Le agarró de la pechera, Juan se resistía y berreaba como un poseído, tuvo que ponerle la pierna encima para conseguir inmovilizarlo.
-Vamos hombre, no sea chiquillo, no me grite tanto-jajajajajajajaj- se reía a carcajadas.
-Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

El perro de Goma



Érase una vez..érase una vez un perro, un perro con una pata de goma...se rascó y se borró.