sábado, 6 de marzo de 2010

Corazón de arena

La playa estaba vacía . La brisa del mar se había convertido en un viento despiadado y el mar batía con fuerza sobre la orilla. Dos figuras permanecían sentadas una al lado de la otra mirando el horizonte, se agarraban las rodillas para abrigarse del ímpetu del aire sobre sus cuerpos. No intercambiaban palabras, ni siquiera se miraban. Compartían un silencio cómplice, íntimo y cotidiano, de esos que unen con los años a los que han crecido juntos. Ella de pronto comienza a juguetear con las piedrecillas blancas que se arremolinan frente sus zapatillas de deporte llenas de barro.Las junta hacia un lado haciendo un pequeño montículo y las lanza luego hacia la espuma de la última ola. En un ratito ha dejado un claro de arena limpia y brillante, un polvillo dorado que acaricia con la palma de su mano hasta nivelarlo. Él apenas entorna los ojos para mirarla absorto como está en el ruido agónico de su pecho, siente que desde que la conoció nunca ha dejado de sufrir, cuando no podía ser suya, cuando al final lo fue, siempre había sido un intensa punzada en el esternón, una crónica dolencia que le persiguió por siempre. Ella alarga entonces su brazo, y con un dedo traza una figura sobre la arena, se detiene despacio en el movimiento, con parsimonia , como si celebrara un rito.
-Mira Pablo, un regalo para ti.
Pablo mira el corazón dibujado en la arena y ahí se queda con esa dulce y amarga inestabilidad del sonido amortiguado de su corazón derrumbándose en su caja torácica.

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